jueves, 3 de diciembre de 2009

Nuestros hijos, nuestra tierra.




En el momento de mi encuentro profundo con el Señor Jesús, en mi haber familiar contaba con un marido católico practicante y verdadero creyente, y cinco hijos (el sexto llegaría dos años después), alumnos de la escuela católica de mi barrio, a cargo de un cura, amigo nuestro, que luego se haría famoso como cura sanador, y que hoy en día convoca a multitudes; y con una suegra muy fiel a su tradición familiar (léase innumerables santos, vírgenes, estampitas, olor a velas prendidas, cada día a una imagen diferente)
En Paraná, las familias de mis hermanos eran católicas nominales, de las que nombran a Dios con seguridad al menos en cuatro momentos de sus vidas: bautismo, comunión, casamiento y sepelio.
Frente a este panorama, la obra del Señor en mi vida tendría que ser lo suficientemente contundente y visible para derribar estos argumentos y creencias heredadas, y no experimentadas en sus vidas.
En otro momento contaré los pormenores de la conversión de mi esposo, que sucedió dos años después, con el nacimiento de Gabriel, nuestro hijo número seis.
Mis suegros murieron ambos con el Señor Jesús en sus corazones, al igual que dos de mis hermanos, mi hermana mayor se convirtió inmediatamente después que yo, y mi hermano restante, aún sigue luchando.
Cuando me convierto comienzo a sentirme incómoda en la escuela de mis hijos, en cada reunión de madres rezaban a la Virgen María, y en su cuaderno llevaban un devocional diario, pegando la estampita del santo que correspondía ese día, pidiéndole protección y ayuda. De Jesús se hablaba poco y nada. María ocupaba el primer lugar.
Mi relación con el sacerdote también se iba perdiendo, porque me sentía hipócrita, sentía que le estaba mintiendo.
Así estaban las cosas cuando llegó el momento de decirle que estaba yendo a una congregación evangélica, que creía haber encontrado a Dios allí de una manera diferente, que no quería seguir adorando imágenes, etc, etc.
Esto produjo un gran enojo y descontrol en él, y me dijo que sacáramos nuestros hijos de su escuela. Así lo hicimos. En ese momento necesitamos mucha sabiduría del Señor, oración y apoyo de nuestro pastor, en ese entonces Humberto Herrera, que ya partió con Dios, para contener y explicar a los chicos por qué debían cambiarse de escuela, y que eso no se convirtiera en un escollo para su conversión.
Nuestra relación con ellos siempre fue abierta y clara. Les explicábamos todas las cosas, jamás encubrimos algo, ni contestamos “porque lo digo yo”, y tratamos de no provocarlos a ira.
Intentamos siempre llegar y entrar a sus corazones, desde allí adentro es mucho más fácil hablar y entenderse.
Si logramos entrar en el corazón de otra persona, y Jesús está adentro nuestro, en definitiva, Jesús también entrará en ese corazón.
“Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios, mi Dios” (Rut 1:16 b)
Pero a veces con los hijos o discípulos puede suceder lo que dice Isaías 5:1-4 y 7: “Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres?....
…. Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor”.
Todo lo que está en nosotros y de acuerdo a la luz que tenemos, damos, enseñamos y ministramos, creyendo que cosecharemos frutos buenos, pero nos encontramos con uvas agrias, como las que encontró el propio Señor en su viña.
No nos desanimemos si eso nos sucede con nuestros hijos biológicos o espirituales.
Sigamos sembrando en sus corazones, con palabras, pero sobre todo con el ejemplo, porque a su tiempo segaremos si no desmayamos (Gálatas 6:9-10)
Sigamos proclamando y predicando la Palabra de Dios en ellos, porque; “Así es la Palabra mía. Yo la envío, y siempre da fruto. Realizará cuanto yo quiera y prosperará en donde quiera la envíe” (Isaías 55:11)
También para nuestro aliento, tenemos otra hermosa promesa del Señor “Enséñale al niño a elegir la senda recta, y cuando sea mayor permanecerá en ella” Prov; 22:6 (Biblia al día)
Todo lo que grabemos en sus corazones de niños con amor y paciencia permanecerá allí guardado, y cuando sean grandes brotará y los hará elegir la buena senda.
Creemos profundamente esta promesa, y por eso pusimos mucho empeño en depositar esas enseñanzas en nuestros hijos, esa es la parte que nos toca hacer a nosotros, lo otro lo hace el Señor.
El gran propósito del Señor es tener una gran familia de muchos hijos semejantes a Jesús.
Somos familia en Cristo, los hijos de nuestros hermanos debemos considerarlos como propios, debemos amarlos y velar por ellos.
Si un hijo de otro se descarría o se rebela, oremos por ellos, ayudemos a sus padres para que encuentren la gracia y la sabiduría necesarias para tratarlos.
Es muy común que cuando hijos de líderes o pastores se desvían del camino del Señor, los hermanos caigan en murmuración y crítica, y descrean de la buena crianza por parte de los padres. Orando por este tema, el Señor me habló con esta palabra: 1º Samuel 3:13
“No le recriminó el Señor a Elí por cómo eran sus hijos, sino porque Elí no los estorbó, no se les opuso.” Revisemos nuestra actitud como padres, miremos si hemos sido demasiado permisivos, si no hemos estorbado su rebeldía, sus desobediencias, su mala conducta.
A veces por un amor equivocado o por no entristecerlos o enojarlos, no marcamos sus errores.
“Su padre, el rey David, jamás lo había reprendido ni le había dado castigo alguno” (1º Reyes 1:6 Biblia al día)
“Si no disciplinas a tu hijo, demuestras que no lo quieres, pero si lo amas estarás dispuesto a castigarlo” (Prov 13: 24 Biblia al día)
Quiero terminar la reflexión con este versículo, Josué 15:9 “Concédeme un don, puesto que me has dado tierra del Neguev, dame también fuentes de agua. Él, entonces le dio las fuentes de arriba y las de abajo”.
Neguev en hebreo significa “seco”, y Acsa, hija de Caleb, había recibido esas tierras secas para labrar, y le pide fuentes de agua al padre para poder sembrar en ellas.
Los corazones de nuestros hijos son tierras que el Señor nos ha dado a los padres para sembrar en ellos, y muchas veces nos encontramos con terrenos tremendamente secos como el Neguev, hagamos nuestro el pedido de Acsa, “Concédenos un don, puesto que nos has dado estos hijos, danos también las fuentes de agua para regar en ellos”.
Danos la gracia, la firmeza, y la fe para que los ríos de agua viva que prometiste a los que en vos creamos, corran en nuestro interior, y den de beber a nuestros hijos.
A cada hermano, le digo como Jonatán a David: “Jehová esté entre tú y yo, entre tu descendencia y mi descendencia para siempre”. 1º Samuel 20:42

martes, 1 de diciembre de 2009

Navidad con Paz



Invitamos a todos los vecinos a juntarnos en la Plaza Alberdi,
el 12 de Diciembre a las 20hs.
para pedir a Dios por PAZ y SEGURIDAD para nuestras familias, para nuestros hijos, para nuestros bienes, en definitiva para nuestras vidas.
Sólo en Dios hallaremos protección, ayuda y socorro incondicionales.

Los esperamos,unidos podremos más!!!!