miércoles, 1 de julio de 2009

“Dejad que los niños vengan a mi…”




“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora:
Tiempo de nacer, y tiempo de morir…”
En medio de estos tiempos, transcurren, si Dios lo permite, etapas en la vida de una persona, niñez, adolescencia, juventud, adultez, vejez.
Tiempo de niñez… mi tiempo de niñez está aún fresco en mi corazón, y no porque no haya pasado mucho tiempo desde entonces, sino por lo mucho que significó para mí.
Tiempo de escuela, de risas y llantos, de estudio, de compañeros, de amigos, de tardes de cine, de juegos y carreras en el campo sembrado por mi papá.
Tiempo de asombro, de búsqueda, de largas lecturas, de muchas preguntas, algunas sin respuesta, otras con respuestas equivocadas, que luego se corrigieron solas al ir creciendo.
Tiempo de patriotismo, me recuerdo dibujando el Cabildo, la Casa de Tucumán, la Bandera, la escarapela, con mucho amor y esmero. Amaba estudiar la historia de Argentina, todo cobraba una importancia enorme para mi corazón de niña. Cantar el Himno me emocionaba, y aún hoy sigo sintiendo lo mismo, y cuando mis hijos eran chicos lo cantábamos todos juntos cuando pasaban los festejos en la tele, y nunca olvidé poner una escarapela en cada uno de los seis guardapolvos.
Amar y defender el lugar donde nací se grabo fuerte en mí y al ver a mi papá llorar y extrañar tanto, tanto a su Italia natal, hizo que el amor por mi país creciera mucho mas, y que jamás deseara irme a vivir a otro lado, pasará lo que pasase.
Tiempo de sueños y de preparación para llegar a cumplirlos.
Tiempo de imaginar cada día un camino distinto para recorrer cuando seamos grandes.
Tiempo de sentirnos un día madre de muchos hijos, y con los nombres ya elegidos, otro día maestra con muchos alumnos, otro vendedora de una gran tienda, otro una escritora reconocida, y otro, y otro… y otro…
Tiempo de recibir valores y principios que después nos guiarán en la vida.
El recato y la pureza en las niñas y el respeto y la caballerosidad en los niños.
Podría escribir páginas y páginas de todos y cada uno de los recuerdos de ese tiempo.
Agradezco al Señor que puso a mi alrededor las personas necesarias que me ayudaron a ser y a vivir como una verdadera niña.
Como ya dije en otra oportunidad, todo lo vivido me ayudó en la crianza de mis seis hijos que también vivieron su niñez plenamente sin saltar ninguna etapa y con los ingredientes necesarios para que ese tiempo esté marcado en su corazón.
Si los padres cuentan con todo lo material necesario, bienvenido sea, pero lo fundamental es amar, tiempo compartido, calidad en la relación, juegos, enseñanzas, y mucha, mucha alegría.
Hace unos años, en una reunión de maestras de escuela dominical, vino con fuerza a mi corazón una palabra del Señor: “Dejad que los niños vengan a mi…” La compartimos con los maestros, pero volvía una y otra vez la misma palabra.
Pedí revelación al Señor y me dolió el corazón cuando tuve la respuesta.
Frente a mí, como una horrible película fueron pasando imágenes de niños abandonados, tirados en la calle, durmiendo en bancos tapados con diarios, otros robando, fumando, drogándose. Niñas embarazadas por sus propios parientes, violadas, heridas. Niños trabajando con grandes cargas para sus pocas fuerzas. Niños tirando piedras, rompiendo vidrios, ventanas, faroles de luz, destruyendo porque sí, niños que jamás pudieron ir a una escuela, que jamás fueron educados y cuidados.
Cuando vi todo esto y mucho mas comprendí que el Señor nos pedía que dejáramos a los niños ser verdaderamente niños, con todo lo que esto implica, que ayudáramos a que no sean empujados por el mundo a una adultez precoz y tal vez sin retorno.
Fue en ese momento que miré mi propia niñez y la de mis hijos, y por un lado una gratitud profunda llenó mi corazón por eso, pero por otro lado un dolor igual de profundo hizo que comprendiera que muchísimos niños a nuestro alrededor son niños cronológicos, por la edad que tienen, pero su cuerpo, su alma y su espíritu están marcados por los golpes, la violencia, los sufrimientos y carencias que les tocó vivir y que les quitó toda la ternura, la inocencia y la esperanza que deberían tener.
Seres que jamás tuvieron algo propio, ni hogar, ni familia, no desarrollarán nunca un sentido de pertenencia, nunca pertenecieron a nadie y nada les perteneció a ellos, y serán los que roban, los que toman lo que no les pertenece, los que destruyan todo, los que no respetan ninguna propiedad y agreden porque siempre, aún sin comprenderlo, se han sentido agredidos, rechazados, y sobre todo robados, porque la sociedad les ha quitado impunemente lo más hermoso y preciado: su niñez.
El Señor nos llama, y nos desafía a que dejemos a los niños ser niños, y que le permitamos vivir esa etapa plenamente.
Proverbios 22:6 “Enséñale al niño a elegir la senda recta, y cuando sea mayor permanecerá en ella”
Enseñemos y dejemos a nuestros niños caminar por la senda de la niñez, con amor, protección, pureza, candidez, sueños, y cuando sea mayor tendrá la posibilidad de elegir la senda recta y permanecer en ella.
Pidamos al señor la gracia, la misericordia y el amor necesarios para devolver a cada persona, no importa su edad de hoy, la niñez que un día permitimos le fuera robada, y así podrán llegar a Jesús, porque… “De cierto os digo que si no os volvéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” Mateo 18:3

No hay comentarios:

Publicar un comentario