viernes, 23 de enero de 2009

En la isla



Podemos estar rodeados de miles de personas, pero sentir que estamos completamente solos, caminando por un gran desierto. Las grandes ciudades semejan enormes hormigueros, continuamente en movimiento, generando nuevas cosas, creando, inventando, produciendo en una búsqueda frenética de mayor confort, de más bienestar, sin tener en cuenta que, en realidad, esto conduce a un aislamiento cada vez mayor.
Vemos a las personas, mayores, jóvenes, niños, caminando por la calle como autómatas, sin ver quién camina a su lado, absortos en un teléfono celular que llevan en su mano y que se ha convertido en el mayor de los ídolos, creyendo que están comunicados con cualquier parte del mundo, que no están más solos, sin ver que, en realidad, se han roto las relaciones más cercanas y verdaderamente importantes.
Familias, esposos, hijos, hermanos, amigos que ya no dialogan, aislados totalmente, separados por la televisión, los mp3, auriculares puestos permanentemente, ringstones de celulares que suenan en los lugares y momentos más inoportunos, cortando e imposibilitando toda comunicación persona a persona. Matrimonios destruidos por la facilidad de mandar mensajes clandestinos. El adulterio, la traición, la infidelidad, a la orden del día. Asesinatos, crímenes, secuestros, planeados, concertados y llevados a cabo por medio de la facilidad de comunicación.
Vemos que la ciencia y la tecnología avanzan vertiginosamente, túneles bajo ríos, puentes, autopistas, caminos, rutas, aviones, trenes cada vez más sofisticados y veloces nos pueden acercar a lejanos lugares; la comunicación satelital nos muestra que está pasando en las antípodas del mundo minuto a minuto.
Vivimos la llamada era informática, era de las comunicaciones, sabemos lo que pasa en el mundo entero, pero muchas veces no sabemos lo que pasa ni en nuestro propio corazón, porque no tenemos un segundo para frenar ese loco ritmo y mirarnos a nosotros mismos, escuchar a nuestro corazón lo que verdaderamente siente y necesita.
No podemos, o no sabemos, mirar a los ojos a nuestros seres más cercanos, tender un puente de corazón a corazón, que nos acerque a nuestro hijo, a nuestro amigo, a nuestra familia. No podemos extender una mano cálida y levantar o acariciar a alguien caído porque nuestra mano está ocupada con un celular y no podemos escuchar al que está al lado, quizás durmiendo con nosotros, porque nuestros oídos están escuchando a personas desconocidas de lugares lejanos.
Deténganse un momento, pregunten donde está el buen camino, las sendas antiguas que antes recorrían los corazones santos, buenos, compasivos para hallar descanso y compañía, para no estar solos, para acompañar al necesitado, para mirar y ver el alma de los que están cerca, para llenar nuestras manos de amor y misericordia, para extender nuestros brazos y cubrir con un abrazo profundo y protector al que nos necesita. Si acaso oyen esto y preguntan adónde está ese buen camino y quieren conocerlo, quieren hallar vida, quieren conocer la verdad, quieren descanso y paz,
Jesucristo es el camino, la verdad y la vida, quien lo halla tendrá paz, amor y misericordia. Jesucristo es el puente que están buscando, el puente que lleva directamente al encuentro con el Padre Verdadero.

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