sábado, 21 de febrero de 2009

LA SOBERBIA



La escuela era mi ámbito preferido. En la primaria éramos todas mujeres, o mejor dicho, niñas. Recuerdo cada rincón, cada recoveco, las largas galerías, el gran patio, las escaleras enormes que invitaban a deslizarse por sus barandas lustrosas (cosa que hice en varias oportunidades) y en especial, el gran salón de actos con su telón de terciopelo rojo.
¡Cuántas poesías recité en ese escenario, cuántos cuentos interpretamos allí!
Sí, amaba profundamente a mi escuela y todo lo que se relacionaba con ella.
Era muy buena alumna, excepto en manualidades, y me gustaba mucho escribir. Siempre sacaba diez en redacción y varias veces participé en concursos intercolegiales y ganaba premios para mi escuela.
Estaba en 6º grado y el tema de redacción del día era “El parque Urquiza”.
Paraná, ciudad donde nací, crecí, estudié y trabajé hasta venir a Rosario para casarme, tiene un hermoso parque natural, con barrancas sobre el río, árboles, bajadas y subidas, en fin, un lugar muy hermoso, tema obligado en las escuelas.
Ese día debíamos hacer una descripción sobre dicho lugar. A mí me encantaba ese parque, así que me inspiré y lo describí con mucho amor.
Me sentaba en el primer banco, muy cerca del escritorio de mi maestra, la Señorita Elvira. Era la última hora de clases y mientras copiábamos la tarea del pizarrón, la maestra corregía las redacciones. De repente la maestra empieza a sonreírse, después a reírse para finalmente estallar en una sonora carcajada acompañada de lágrimas. Sí, no había duda alguna, la señorita Elvira habitualmente tan seria ¡lloraba de risa! Y mostraba sus grandes dientes, que siempre me habían asombrado por su tamaño.
Todas nosotras nos contagiamos de su carcajada aunque no sabíamos el por qué de su risa incontenible.
En ese momento hice la pregunta que nunca debí haber hecho: ¿Qué PUSIERON, Señorita?
Ella, secándose las lágrimas de los ojos, hizo un alto en su risa, levantó su dedo y dijo: ¡Fuiste vos, Floreancig! (es mi apellido).
Me quedé paralizada, sentí que mi cara ardía y mentalmente pregunté: ¿Qué puse, Señorita?, porque no me salió la voz.
La maestra, un poco más repuesta de su ataque de risa, leyó el último renglón de mi redacción: “agradezco a Dios el habernos dado tantas bellosidades naturales que alegran mi vida de niña”. Había querido poner bellezas naturales y me salió bellosidades, que encima se escribe con v corta.
Demás está contar las bromas que me hicieron durante mucho tiempo: “A Mary Floreancig le gusta ser peluda” y muchas otras parecidas.
Vuelvo al momento: “¡Fuiste vos, Floreancig!” Sentí tanta humillación y vergüenza que soñé con eso varios días, escuchando esas palabras y viendo los dientes grandes de mi maestra, que crecían y crecían y parecían morderme.
Tal vez parezca exagerado, pero para mis once años fue tremendo, se grabaron en mi mente no sólo el hecho sino también todos los sentimientos que se generaron en mí.
Saqué muchas buenas notas y felicitaciones en mi vida escolar, pero ninguna se grabó en mí con la misma fuerza que este error y la forma en que fue corregido y hecho público.
Desde ese momento jamás volví a pensar y mucho menos a preguntar si los errores eran de los otros. La confianza y la seguridad que sentía en los exámenes (porque siempre estudiaba y tenía mucha memoria) y que, tal vez rayaban en la soberbia, desaparecieron de mí y comencé a sentir temor cuando daban los resultados. Yo también podía tener una mala nota y todos nos podíamos confundir.
“El que se crea estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12). “Antes del quebrantamiento, está la soberbia (Proverbios 16:18).
Cuando cuento las cosas de mi vida muchas personas me preguntan: ¿Cómo te acordás de todo?
En realidad no es que todavía me acuerde, sino que nunca me olvidé. Parece que las dos cosas significaran lo mismo, pero para mí no es así.
Los recuerdos son cosas archivadas que uno tiene en algún rincón del alma y que de vez en cuando traemos a nuestra mente, pero las cosas que nunca se olvidan están continuamente en nosotros, forman parte de nuestro presente.
La pregunta que hice en ese momento: “¿Qué PUSIERON, Señorita?”, no la olvidé jamás, la pregunta correcta hubiera sido: “¿Seré yo, Señorita?”
Marcos 14:17: “Cuando llegó la noche vino él con los doce. Y cuando se sentaron a la mesa, mientras comían, dijo Jesús:
- De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar.
Entonces ELLOS comenzaron a entristecerse y a decirse uno tras otro: ¿Seré yo, Señor?”

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