lunes, 9 de febrero de 2009

Reflexión


El corazón del ser humano se hace muchas preguntas que no encuentran respuestas. Mi madre murió cuando yo tenía 5 años y marcó algo tan profundo en mi vida que hubo un antes y un después de ese momento.
Un antes que se borró de mi memoria literalmente y un después repleto de la misma pregunta: ¿por qué nosotros, cinco chicos, no teníamos madre como todos nuestros amiguitos y compañeros?
Muchas veces me preguntaba qué pensaba Dios el día que una madre de niños pequeños muere. Éstas y muchas otras cosas dan vuelta en la cabeza de los que no hemos tenido madre.
Pero un día me encontré con alguien que también marcó y cambió mi vida, mi caminar y, sobre todo, mis pensamientos, mi entendimiento, mi comprensión de las cosas.
No sólo me encontré con Él sino que lo acepté en mi corazón y, poco a poco, comencé a ver con sus ojos, los ojos de Jesús. Con esos ojos miré para atrás y todo fue distinto. Lo pude reconocer a Él en cada momento de mi vida.
Pude ver, con asombro, que siempre se había ocupado de poner cerca de mí, manos de madre que me contuvieron, que me guiaron, ojos que me cuidaron, bocas que me hablaron, me educaron, me sonrieron.
Pude escuchar voces de madre dirigirse a mí, sentir abrazos fuertes en los momentos que lo necesité, pude ver manos abriendo mis cuadernos, mis libretas de clasificaciones.
Pude reconocer el amor y la presencia de una madre en la presencia y en el amor que Jesús puso en muchas personas a lo largo de toda mi vida. En maestras, en vecinas, en familiares, principalmente en mi hermana mayor Cecilia que, a pesar de la poca diferencia de años entre nosotras, a veces crecía y crecía hasta tomar la justa dimensión de madre que yo necesitaba.
Comenzaron a aparecer en mi corazón muchas caras, muchos brazos, muchas manos, pero todas se perdían y confluían en la presencia de Jesús, cuidándome, amándome en cada momento, y entonces comprendí que Jesús nunca deja lugares vacíos, todo, absolutamente todo, lo llena Él.
Fue una revelación profunda en mi corazón comprender que no estuvo la presencia física de la persona de la cual nací, pero tuve todo lo que necesité, nada me faltó porque “Jehová es mi pastor y nada me faltará”.
Hoy los invito a todos los que han vivido algo similar, a entrar en su propio corazón acompañados por Jesús y reconocerlo en todos sus caminos. Comprender que su amor siempre estuvo sobre nosotros provoca una sanidad profunda en nuestro corazón.
En el mundo hay muchos corazones huérfanos buscando conocer el amor de madre, nuestra meta, como mujeres cristianas es tener los brazos tan largos como los del Señor, que pueden abrazar y contener a todos los que se les acerquen, los ojos tan tiernos y buenos que provoquen confianza en quien nos mire y un corazón tan lleno del amor de Jesús que rebalse a nuestro paso y estar en el lugar justo y en el momento justo diciendo la palabra justa. O sea, ser como vos, Señor Jesús.

1 comentario:

  1. TREMENDA REFLEXION!!! GRACIAS POR COMPARTIRLA CONMIGO O MEJOR GRACIAS POR CADA ABRAZO DE PARTE DE JESUS... DTB BESOS

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