miércoles, 25 de febrero de 2009

Mi hermana Cecilia.


Como ya les conté, en una familia donde no está la madre, y luego tampoco el padre, las relaciones entre hermanos se profundizan y los roles cambian.
Aunque también hay casos donde la relación se enfría y desaparece, porque, al no haber una presencia de autoridad que los reúna, cada uno toma caminos diferentes.
Gracias al Señor, no fue nuestro caso.
Hoy, voy a hablar de mi hermana mayor, Cecilia, para mis hijos, la famosa “tía Chicha”.
Famosa, porque crecieron escuchando las historias familiares una y otra vez, y aún sin verla mucho, ya que ella sigue viviendo en Paraná, llegaron a amarla a través de mis relatos.
Uno de los roles cambiados fue el de ella, porque pasó a desempeñar el rol de madre, tomando responsabilidades que eran muy pesadas para su todavía tierna espalda.
A pesar de ello, conservó su alma de niña, esa inocencia y pureza de espíritu que hace que todos la aprecien y busquen estar con ella.
Nuestros corazones se unieron desde la infancia, se estableció una dependencia mutua, una necesidad de la una hacia la otra, en realidad, una verdadera unidad de espíritu.
El sentir una lo que le está pasando a la otra, comprarnos cosas muy parecidas, estando yo en Rosario y ella en Paraná, etc.
Recuerdo una fiesta familiar para la cual yo me había hecho hacer un vestido, especialmente diseñado por mí, y venir ella con uno prácticamente igual, también diseñado por ella, carteras iguales, ir caminando calladas, y comenzar a cantar la misma canción, en el mismo momento, en la misma estrofa.
Infinidad de veces decía “hace mucho que no hablo con mi hermana”, y al rato sonar el teléfono y ser ella la que llama.
1º Samuel 18:1: “…el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo….hizo Jonatán un pacto con David porque lo amaba como a sí mismo. Se quitó Jonatán el manto que llevaba y se lo dio a David, así como otras ropas suyas, su espada, su arco y su cinturón.
Cuando leí este pasaje, sentí que nuestras almas estaban ligadas, que había un pacto implícito de amor, protección, provisión, identificación, seguridad y entrega en nuestros corazones.
Ninguna de las dos dudó nunca en sacarse el manto para dárselo a la otra.
Además de ayuda, este acto simboliza algo mucho más profundo, significa una verdadera identificación con la otra.
Me pongo tu manto y tus ropas, si me ven a mí, te ven a vos, no me importa si me confunden con vos, porque vos y yo somos lo mismo.
Me hago cargo de todo lo tuyo, y sé que te hacés cargo de todo lo mío.
“…su espada, su arco, y su cinturón…”Depongo todas mis armas delante de ti, me presento desarmada, porque tengo absoluta certeza de que jamás me dañarás ni intentarás ningún ataque contra mí.
Te entrego todas mis armas porque quiero que tengas con qué defenderte si te atacan, que ningún mal pueda tocarte.
1º Samuel 20:42: “…Que Jehová esté entre tú y yo, entre tu descendencia y mi descendencia, para siempre…”
Hago mío este ruego, pero no sólo para mi hermana Cecilia y yo, sino para todos mis hermanos en Cristo, absolutamente todos, en todo el mundo, para esa gran familia de muchos hijos semejantes a Jesús, que fue engendrada un día en el corazón mismo de Dios Padre.
Pero no puedo terminar esta reflexión sin decir esto:
“Querida hermana Cecilia, esto y mucho más hay en mi corazón para vos, podés contar eternamente conmigo, acá y más allá”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario